«Movido no sólo por la oscuridad de la propia materia, sino también por la penuria lamentable de enseñanzas profundas que nustros tiempos padecen», Tomás de Vio, O. P. (1469-1534), más conocido como Cayetano, escribió en 1498 su Tratado sobre la analogía de los nombres, «pues su conocimiento es necesario hasta tal punto que sin éste nadie podría aprender metafísica». Frente a la antinomia entre lo uno y lo múltiple, es decir, frente a los peligros, tanto del monismo al que conduce el univocismo escotista, como de un equivocismo que imposibilitaría todo conocimiento, Cayetano se acoge a la vía de las proporciones como único modo de salvar el conocimiento y el plano trascendental propio de la ontoteología. Será la analogía el instrumento lógico-material que le permita superar ambos peligros, pero no la analogía de desigualdad, ni la de atribución, sino la analogía de proporcionalidad, que sería la única que merece recibir el nombre de «analogía», como extensión formal de la analogía aritmética y geométrica de los matemáticos griegos.