ARTÍCULOS
El Basilisco nº35 (julio-diciembre 2004). Revista de tapa blanda, 104 páginas.
Pentalfa Ediciones, Oviedo, 2004.
Este libro pretende impulsar en los lectores el pensamiento de que no hay que ir a buscar el núcleo de la religiosidad entre las superestructuras culturales, o entre los llamados «fenómenos alucinatorios», ni tampoco entre los lugares que se encuentran en la vecindad del Dios de las «religiones superiores». El lugar en donde mana el núcleo de la religiosidad es el lugar en el que habitan aquellos seres vivientes, no humanos, pero sí inteligentes, que son capaces de «envolver» efectivamente a los hombres, bien sea enfrentándose a ellos, como terribles enemigos numinosos, bien sea ayudándolos a título de númenes bienhechores. El núcleo de la religión se encuentra en el mundo de los númenes.
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El sintagma «muertes perpendiculares», con el que ponemos título a este Ensayo, es el resultado de la transformación inversa de la afortunada expresión «vidas paralelas», con la que Plutarco cubrió sus famosas biografías comparadas, cuatro de las cuales están aquí en juego: las de Alejandro Magno y Julio César, y las de Dión y Marco Bruto. como quiera que César y Bruto, personajes sobre los que gira este escrito, no están «en paralelo», porque las comparaciones paralelas las estableció Plutarco entre hombres ilustres del mundo griego y romano, hemos cruzado nosotros las paralelas sobre las que transcurren los nacimiento y muertes de esos cuatro personajes históricos mencionados; y en la perpendicular determinada y paramétrica que cruza las vidas y las muertes de Julio César y Marco Bruto, hemos encontrado la luz para determinar la naturaleza diamérica de esos dos conceptos conjugados que, aplicada a nuestros protagonistas, se concretarían en la perpendicularidad thanatica del puñal de Bruto sobre el cuerpo de César y en la perpendicularidad thanatica de espada de Bruto sobre la que él mismo se arrojó, acaso impulsado, entre otros motivos, por los remordimientos derivados de la crítica logoterápica del moribundo César: «¿También tú, hijo mío?» (Suetonio), tras la derrota sufrida por él y sus seguidores republicanos a manos del ejército monárquico-imperial, capitaneado por Octavio César Augusto y Marco Antonio en la batalla de Filipos (42 a.C.).
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